Artistas, escritores, profesores, diseñadores… unen esta semana sus plumas, objetivos y pinceles en EPdV para rendir un caluroso y sentido homenaje al pintor alemán Pablo Lau, estrechamente vinculado a Villena y recientemente fallecido. El resultado podrá verse a partir de este viernes, en nuestra edición semanal impresa.
Impulsada esta iniciativa por el director de la Casa de la Cultura, José Ayelo, la idea era agrupar en varias páginas las reflexiones, ilustraciones o fotografías de personas que, por su relación con él, tienen algo que decir sobre Pablo lau, su relación con Villena y la importancia de su presencia entre nosotros durante tantos años.
De resultas de lo cual, y tras invitar a participar en el Homenaje a numerosos representantes de la vida artística y cultural villenense, hemos podido realizar un completo collage, maquetado por Pablo Domene, en el que no faltan fotografías de lau con sus familiares y amigos, un impresionante retrato del pintor realizado por Rafael Hernández, cuadros de Lorena Amorós y Andre o un fotomontaje de Joaquín Marín, todo ello acompañando los escritos de Ángel Luis Prieto de paula, Mateo Marco, Jope, Pepe Ayelo, Juan García Salguero o los propios Rafael Hernández y Andre.
Impulsada esta iniciativa por el director de la Casa de la Cultura, José Ayelo, la idea era agrupar en varias páginas las reflexiones, ilustraciones o fotografías de personas que, por su relación con él, tienen algo que decir sobre Pablo lau, su relación con Villena y la importancia de su presencia entre nosotros durante tantos años.
De resultas de lo cual, y tras invitar a participar en el Homenaje a numerosos representantes de la vida artística y cultural villenense, hemos podido realizar un completo collage, maquetado por Pablo Domene, en el que no faltan fotografías de lau con sus familiares y amigos, un impresionante retrato del pintor realizado por Rafael Hernández, cuadros de Lorena Amorós y Andre o un fotomontaje de Joaquín Marín, todo ello acompañando los escritos de Ángel Luis Prieto de paula, Mateo Marco, Jope, Pepe Ayelo, Juan García Salguero o los propios Rafael Hernández y Andre.
Deseando que esta iniciativa sea del agrado de todos nuestros lectores, queremos agradecer públicamente la implicación de todas las personas que han hecho posible este pequeño Homenaje a quien tanto hizo por el despertar artístico y cultural de nuestra ciudad.
EL MARQUÉS AÉREO - Por Ángel L. Prieto de Paula
(Prólogo a la novela autobiográfica de Pablo Lau “Vida y máscara del Menda Lerenda, vero y único marqués”, 1992)Imposible caracterizar a Pau Lau en unos renglones. Puede que pocas plumas tengan esa gracia volátil y esa versatilidad necesarias para trazar un compendio de rasgos que se cruzan, se mezclan y se confunden en la mente de quien escribe. Pero hay, pienso, otra razón de más peso: Pau Lau (también, en desorden libertario, Pablo, Paúl, Pol, vero y único marqués del
Pueblo de los Ajos, alemán del Vinalopó y otro montón de etiquetas que siempre se quedan cortas) no ha terminado aún de saber quién es, y no porque le falte lucidez, que no le falta, sino porque no encaja en los esquemas que ve alrededor de sí. Por eso resultaría claramente improbable que quienes lo tratamos hubiéramos adivinado lo que él desconoce, atravesando las estancias de ese su “viejo corazón de vagabundo”, y más aún, fuéramos capaces de decirlo con palabras.
Pau (Pablo, Paúl, Pol, marqués aéreo y provocador con marquesado en Villena) es mucho más que la suma de todas sus facetas. Lo he conocido en muchas: pintor de arrebatado cromatismo y pasiones sin amaestrar; ceramista; escultor que quiere arrancar algo de su poder a los dioses más antiguos; histrión que gusta de servir de espejo para que los demás contemplemos nuestra efigie más cruda y menos artificial; respirador de vida urbana que ha tirado el reloj a la basura pero no ha podido tirar ¡ay! el tiempo; animador de somnolientos; generoso literato que desparrama su exuberancia por una prosa rica, zigzagueante, sorprendente, asilvestrada, conturbadora, en folios y más folios, inagotable, incansable. (Muchas veces he sentido envidia ¿sana?: envidia a secas ante escritor tan prolífico, tan poco pagado de la importancia de su tiempo, que escribe porque sí, con tan gran imaginación que no precisa copiarse a sí mismo: cuando corrige un escrito suyo ter¬mina indefectiblemente redactando otro distinto).
Nada más lejano a nuestro hombre que la mayestática seriedad de los hombres importantes, o que el masoquismo doliente como tributo a un poso estoico que él no tiene. Lau solo sufre cuando no le queda otro remedio, en esas zonas de la geografía humana en que la alegría ya no es posible. El dolor nunca como punto de llegada, sino como accidente en la búsqueda del placer. ¿O de la felicidad? Creo que a este alto alemán del Vinalopó se puede aplicar también la máxima de Oscar Wilde. “¡La felicidad, no! ¡Sobre todo, nada de felicidad! ¡El placer! Hay que preferir siempre lo más trágico”. Y es que en estos vividores aflora una propensión maldita, como un estigma que los tiene al borde del abismo y que ellos saben portar con juvenil apostura.
En su persecución de la vida y del arte, Pablo Lau va dejando una obra (pictórica o literaria: tanto monta) brillante y cegadora, jamás domeñada o supeditada a la rigidez de ningún academicismo o escuela. Como lava que no encuentra quietud, se despeña la vida, con sus ondas atávicas de muerte. Cuando nos asomamos a ella sentimos ahogarnos en un mar de palabras iridiscentes. Si después ya no se puede reposar, es porque ha quedado prendida en nosotros esa chispa volcánica que no se apaga nunca.
Pau (Pablo, Paúl, Pol, marqués aéreo y provocador con marquesado en Villena) es mucho más que la suma de todas sus facetas. Lo he conocido en muchas: pintor de arrebatado cromatismo y pasiones sin amaestrar; ceramista; escultor que quiere arrancar algo de su poder a los dioses más antiguos; histrión que gusta de servir de espejo para que los demás contemplemos nuestra efigie más cruda y menos artificial; respirador de vida urbana que ha tirado el reloj a la basura pero no ha podido tirar ¡ay! el tiempo; animador de somnolientos; generoso literato que desparrama su exuberancia por una prosa rica, zigzagueante, sorprendente, asilvestrada, conturbadora, en folios y más folios, inagotable, incansable. (Muchas veces he sentido envidia ¿sana?: envidia a secas ante escritor tan prolífico, tan poco pagado de la importancia de su tiempo, que escribe porque sí, con tan gran imaginación que no precisa copiarse a sí mismo: cuando corrige un escrito suyo ter¬mina indefectiblemente redactando otro distinto).
Nada más lejano a nuestro hombre que la mayestática seriedad de los hombres importantes, o que el masoquismo doliente como tributo a un poso estoico que él no tiene. Lau solo sufre cuando no le queda otro remedio, en esas zonas de la geografía humana en que la alegría ya no es posible. El dolor nunca como punto de llegada, sino como accidente en la búsqueda del placer. ¿O de la felicidad? Creo que a este alto alemán del Vinalopó se puede aplicar también la máxima de Oscar Wilde. “¡La felicidad, no! ¡Sobre todo, nada de felicidad! ¡El placer! Hay que preferir siempre lo más trágico”. Y es que en estos vividores aflora una propensión maldita, como un estigma que los tiene al borde del abismo y que ellos saben portar con juvenil apostura.
En su persecución de la vida y del arte, Pablo Lau va dejando una obra (pictórica o literaria: tanto monta) brillante y cegadora, jamás domeñada o supeditada a la rigidez de ningún academicismo o escuela. Como lava que no encuentra quietud, se despeña la vida, con sus ondas atávicas de muerte. Cuando nos asomamos a ella sentimos ahogarnos en un mar de palabras iridiscentes. Si después ya no se puede reposar, es porque ha quedado prendida en nosotros esa chispa volcánica que no se apaga nunca.
AL DÍA SIGUIENTE... PABLO LAU
Por… Rafael Hernández 18/12/2011
Por… Rafael Hernández 18/12/2011
El espacio se construye cuando miramos, pero nadie me dijo que se enturbia cuando nos inunda el vacío que provoca la muerte del otro. Esta mañana de domingo, después del intermedio de un corto sueño, despierto visionando momentos compartidos, pero deseo otra vez dormir, y así, perderme, aunque me levanto. Nieves me ha preparado café y mueve la cucharilla disolviendo el azúcar mirándome. Cuando acaba, se acerca y me abraza.
Después subo al estudio, he de regresar a otra realidad que roza la anterior... Desde el olor a trementina y óleo vuelve inevitablemente a mi memoria tu imagen, Pablo, de cuando me observabas y me pintabas aquella tarde de verano. Te aproximabas a escasos centímetros para reconocerme y, de este modo, reducir la dificultad que imponía tu incipiente falta de visión. Entonces tu rostro transformado por la insistencia emocional reforzaba con expresivos gestos la imposibilidad de atrapar entre formas y colores lo inasible. Tú perseverante búsqueda ante el modelo te obligaba a poner y quitar pintura constantemente hasta desembocar en un denso final que, de momento, te tranquilizaría hasta el siguiente cuadro. Pero tú lucha por desentrañar algo que antes no se encontraba allí no acabó una vez finalizado el retrato, sino que formaba parte de lo desconocido que ya se había instalado dentro de tu cuerpo y comenzaba a desarrollarse, haciéndote pagar un alto tributo por lo que poseías de más... Ante un destino que te enfrentaría a través de la incertidumbre a tus más profundos temores; arrebatándote primero la vista y después la vida.Hace unos días te encontré plácidamente recostado en el sofá, pero no percibiste mi presencia. Una suave luz acariciaba tu cara, y me deslicé con la mirada por la suave textura de tu piel, reco¬rriendo delicadas hendiduras sonrojadas, salpicadas de pequeñas manchas ocres de diferentes tamaños y matices, un intenso paisaje conformado por huellas que te recorrían en el viaje de vuelta. Fue entonces cuando recordé mis imaginarios paseos por la oscuridad de tu ceguera y cómo, angustiado, regresaba de aquella terrible circunstancia. Sin embargo, tú, adivinando mis pensamientos y para tranquilizarme, me propusiste una reflexión que consistía en averiguar cuál sería la diferencia entre perder la vista y ser ciego de nacimiento. Mientras transitaba por el pasado y te observaba, tú escuchabas una novela y seguías sin notar mi presencia; yo no quise interrumpir aquel monólogo. Te sentí, tierno e indefenso como un niño que cierra los ojos y recrea situaciones en la más introspectiva soledad del hombre, como un niño grande. Y deseé, debido a la enfermedad que sufrías, que aquella luz de otoño que recorría tu rostro, pronto más que tarde, nos despidiese.
Ahora mis deseos han abierto un gran cajón en mi mente para que vengas a vivir conmigo, y necesito urgentemente que te asomes a mis sueños.
PAISAJE-TEMPLO CONSTRUIDO CON FUEGO
Por… Andre
Por… Andre
El sol es un faro sin torre. El sol tiene un ojo. El ojo está abierto y proyecta un indomable deseo de consuelo sobre el horizonte que separa el aquí del infinito. El horizonte es de cristal subjetivo. El deseo se mira en el cristal con aflicción y cruje de colores. Los colores se atolondran y caen sobre el paisaje. Cuando caen parecen semillas huérfanas, polen extraviado. El paisaje es un templo. No tiene interior ni está vacío. Es un templo construido con fuego que contiene y guarda todo lo que no cabe en el corazón. La tierra roja suda hormigas. Se quedan quietas con la cabeza levantada esperando un prodigio. Una nube violeta se abriga con la sombra de una nube esmeralda. Otra nube amatista regala su sombra a un campo de girasoles. Los girasoles están de rodillas y murmuran una oración. La oración es amarilla y atrae a las abejas. Su ámbar zumbido lía una buganvilla y la vuela. La cometa de flores se pierde a lo lejos en el pensamiento. Una chumbera burdeos tiene un tumor mandarina. Sus agujas piden perdón suplicando en todas direcciones. El mar ha saltado las montañas y se ha tumbado bajo un olivo. Ultramarino mira a través de las hojas el ojo del sol. Se protege con una ola cuando el ojo lo mira. Los peces se agarran a la espuma de la ola para no caerse. Los peces se ponen verdes de pena. El mar se da la vuelta y se hunde en la tierra. El oxígeno cuece el barro magenta y lo fermenta. De la tierra brota un vapor púrpura. El ojo se empaña con el vapor. Una lágrima resbala por la cara del sol. La lágrima es un relámpago que divide el tiempo en dos y fecunda los campos. El futuro se instala indefinidamente en el paisaje. Los colores brotan de la tierra y se liberan. Llueven hacia el cielo. El aire es pastoso y huele a linaza. El blanco párpado del ojo es un lienzo que se cierra protegiéndolo del negro olvido. Se escucha la sangre del ojo. La oscuridad se convierte en una fábula. Lau pinta. Lau ve para siempre.
LAU EN BLANCO Y NEGRO
Por… Mateo Marco Amorós
Por… Mateo Marco Amorós
Como las bendiciones, o como los tormentos, a Pablo Lau nos los trajo el cielo. Un cielo que jarreaba esa lluvia que “no sap ploure”, que “no sabe llover”, como canta Raimon.
Por Valencia, camino de Alicante, camino del sur, viaja Lau. El pintor, como la lluvia que lo trae, se precipita en Villena. Su primera intención era bajar por la costa, pero los caminos destrozados por las arroyadas están intransitables, la única opción para continuar la ruta prevista es ir por el interior. Y por el interior hay que pasar por Villena, donde el impetuoso espíritu de trotamundos de Lau, su alma vagabunda, se verán –como tantas veces en su vida– domesticados por el amor. O por el enamoramiento. A saber.Y con Lau, que era el color, el color se hizo. Pero... Sin menospreciar su pintura, hablaremos de su escribir. Negro sobre blanco. Con admiración.
Por Valencia, camino de Alicante, camino del sur, viaja Lau. El pintor, como la lluvia que lo trae, se precipita en Villena. Su primera intención era bajar por la costa, pero los caminos destrozados por las arroyadas están intransitables, la única opción para continuar la ruta prevista es ir por el interior. Y por el interior hay que pasar por Villena, donde el impetuoso espíritu de trotamundos de Lau, su alma vagabunda, se verán –como tantas veces en su vida– domesticados por el amor. O por el enamoramiento. A saber.Y con Lau, que era el color, el color se hizo. Pero... Sin menospreciar su pintura, hablaremos de su escribir. Negro sobre blanco. Con admiración.
Ya advertimos, cuando supimos de su muerte, que además de valorar su pintura tendremos que valorar ese escribir trepidante y retador que mantuvo con mucho ingenio. Si sus cuadros arcoíris absorben cualquier pintura que se ponga a su lado, que no se coman en el olvido los escritos del Menda Lerenda, los escritos del Único y Vero Marqués del pueblo de los ajos. Marqués autoproclamado. Marqués golpista. Menda Lerenda admirado y querido, como “niño grande” –así lo definió Alfre¬do Rojas recordándonos la “extravagancia” por partida doble por ser Pablo Lau en la Villena de los sesenta artista y extranjero. Menda Lerenda al que alguno de buena gana le hubiera partido la cara cuando sus histriónicas provocaciones.
Leímos el original de “Vida y máscara del Menda Lerenda –vero y único marqués–” en Nápoles, “olios –como los describe Lau ahí mismo– llenos de garabatos antiestéticos, de tachaduras, manchas de mantequilla y mermelada, quemaduras de colillas y sangre de mosquitos, compañeros de los sueños del noctívago” y en ocasiones, ante esa prosa intensa –“conturbadora” la calificó Ángel L. Prieto de Paula– sentimos que el Vesubio entraba en erupción. Despreocupado por el estilo, ese era su estilo: “( ... ) literato no soy, y el ESTILO, si llega, llega, y si no llega, si nunca llega –de lo que estoy bien seguro–, sería lo mejor, para mí y para ti.” Un escribir sin corsés estéticos ni prejuicios éticos. Como de loco cuerdo de su locura. Un escribir libre. Libre. Como siempre quisimos el periódico que compartimos.
Leímos el original de “Vida y máscara del Menda Lerenda –vero y único marqués–” en Nápoles, “olios –como los describe Lau ahí mismo– llenos de garabatos antiestéticos, de tachaduras, manchas de mantequilla y mermelada, quemaduras de colillas y sangre de mosquitos, compañeros de los sueños del noctívago” y en ocasiones, ante esa prosa intensa –“conturbadora” la calificó Ángel L. Prieto de Paula– sentimos que el Vesubio entraba en erupción. Despreocupado por el estilo, ese era su estilo: “( ... ) literato no soy, y el ESTILO, si llega, llega, y si no llega, si nunca llega –de lo que estoy bien seguro–, sería lo mejor, para mí y para ti.” Un escribir sin corsés estéticos ni prejuicios éticos. Como de loco cuerdo de su locura. Un escribir libre. Libre. Como siempre quisimos el periódico que compartimos.
PRESENCIA EN EL AIRE
Por… José Ayelo
Por… José Ayelo
Todas las consonantes que acabo de escucharle a Asun se clavan en mi piel, como cuando de niño frotaba aquel aislante de lana de roca al que llamábamos “pica-pica”. Por un momento se me ocurre pensar que todo lo que me está pasando estos días no son más que señales del destino, si es que yo creyera de verdad en las señales del destino. Horas antes de que te fueras ha nacido Theo, al que yo quería llamar Pau, no por ti precisamente, o a lo mejor sí y no me había dado cuenta.
Mientras conduzco en la noche tus recuerdos, tus palabras, tus no consejos me vienen a la cabeza, como me viene ocurriendo la mayoría de los días desde hace tantos años. Se salen de los estantes en los que los he venido colocando y se ponen delante de mí: acaricio el volante del coche y pienso en la madera de tu ataúd, que a su vez me trae al pensamiento el tacto de aquellas pequeñas esculturas de madera de tilo que me hacías acariciar.
Mientras conduzco en la noche tus recuerdos, tus palabras, tus no consejos me vienen a la cabeza, como me viene ocurriendo la mayoría de los días desde hace tantos años. Se salen de los estantes en los que los he venido colocando y se ponen delante de mí: acaricio el volante del coche y pienso en la madera de tu ataúd, que a su vez me trae al pensamiento el tacto de aquellas pequeñas esculturas de madera de tilo que me hacías acariciar.
Fotos... Joaquín Sánchez Huesca (eleslabonvillena.com)
Pasan por mi cabeza, como en una “road movie”, algunos de nuestros viajes en tu desastrado coche –hasta en eso nos parecemos–. En el asiento de atrás comparten su espacio algunos lienzos en blanco y otros marcados de aguarrás coloreado, con un sinfín de cuadernos de cuadros en los que nos escribes. Por el suelo ruedan varios permanentes de trazo grueso y medio por mitad. Veo también desperdigadas algunas hojas de aquellos cuadernos, escritas con rotulador por ambas caras. Una de las cosas que más me gusta de estas hojas escritas en trazo grueso, es que como en un “Datrebil” las transparencias me permiten fundir en una sola lectura la conjunción de ambas páginas, las frases adquieren otro sentido y varias direcciones. Tengo la sensación de que te estoy leyendo dentro de un caleidoscopio. Son las palabras a Venus, a Morgana, los textos para la revista, la vida del “Menda Lerenda” las que se entremezclan para ofrecernos un lienzo de cielos violetas y rosas, de montañas azules, naranjas y verdes, de campos de surcos rojos y anaranjados.Mientras escucho una de tus obras al piano, imagino tus diez grandes dedos convertidos en pinceles que dibujan un nuevo paisaje. Cada nota, cada acorde, se convierte en una ráfaga de viento que envuelve el paisaje y hace temblar los infinitos tonos de amarillo de los girasoles. Ahora tu mano derecha golpea las teclas graves del piano, al tiempo que una ola se bate contra las rocas azules y verdes de la costa. Veo un mar plagado de destellos azules y verdes esmeralda, me vienen a la cabeza nuestros días de pesca, la manera en que me enseñaste a dibujar con el pensamiento el suelo marino mientras lo palpábamos con un sedal y un plomo.
Ahora son los pescadores del Puerto de Hamburgo los que te sonríen mientras sitúas todos tus bártulos enfrente de ellos. Una vez has trazado con aguarrás los primeros rasgos del cuadro, los pescados del puesto van tomando color. Alguien deposita un vaso de cerveza a tus pies y se queda mirando cómo van recobrando la vida los pescados que has tomado de aquel puesto.
Y te miro de nuevo al volante, allí está aquel hombre de pelo naranja más alto que mi padre, con su silla playera siempre a cuestas, las manos llenas de pintura, la voz multicolor. La mirada honda de aquel niño rubio que en brazos de su madre nos hace entrar en calor.
¿Pero tú no te habías muerto?
Ahora son los pescadores del Puerto de Hamburgo los que te sonríen mientras sitúas todos tus bártulos enfrente de ellos. Una vez has trazado con aguarrás los primeros rasgos del cuadro, los pescados del puesto van tomando color. Alguien deposita un vaso de cerveza a tus pies y se queda mirando cómo van recobrando la vida los pescados que has tomado de aquel puesto.
Y te miro de nuevo al volante, allí está aquel hombre de pelo naranja más alto que mi padre, con su silla playera siempre a cuestas, las manos llenas de pintura, la voz multicolor. La mirada honda de aquel niño rubio que en brazos de su madre nos hace entrar en calor.
¿Pero tú no te habías muerto?
CARTA AL MARQUÉS, PABLO LAU
Por… Jope
Por… Jope
Hola poeta, poeta de los colores! Recientemente y recordando nuestra amistad, Pablo, he releído aquella carta tuya, “Carta del Marqués”, que en marzo de 1987 me escribiste y publicaste en la Revista Villena y que empezaba con un efusivo ¡Hola Jope!
Han pasado 25 años y todavía recuerdo la sorpresa que me causó, lo halagado que me sentí cuando mi compañera de Arte Dramático en Madrid me trajo a clase la revista que tú habías envia¬do a su madre, de origen alemán, con quién mantenías una buena amistad. Empiezan aquí las casualidades que unen nuestras vidas como el hilo conductor de una novela.
Tuve la suerte de conocerte, Pablo, cuando tenía 16 años y empezaba con el teatro de la mano del grupo Perigallo, con Pepe Menor como director. Así me involucré en la vida cultural, tan bulliciosa por aquel entonces, de nuestra ciudad, tan comprometida con el momento social que se vivía; la transición y la recién estrenada democracia.
Tú frecuentabas los ensayos de Perigallo en aquella época y así conocí a tus amigos pintores: Chispes, Sarri, Richard, Pedro Marco, Rafa Hernández, compañeros de la farándula: Pepe Maciá, Paco Picazzo, Pepe Ayelo... poetas y excelentes profesores del instituto: Ángel Luis Prieto de Paula, Pepe Navarro, Eleuterio Gandía, Antonio Pomares, Dionisio Gázquez... Recuerdo nues¬tras jugosas conversaciones y divertidas anécdotas con Luis y Yeyo en El Túnel, tomar té en tu casa con tus hijos y mi admiración por tu pintura y tu persona.
Nunca te contesté públicamente, quizá por pudor, a esta carta que conservo, y donde hablabas de nuestra amistad, de mi alegría de vivir, de tu viaje a Alemania para vender zapatos y tu conversación en el tren con Óscar Martí¬nez, excelente actor de Elche y compañero de reparto en “El beso de la mujer araña” que tanto te gustó. También recordabas la cena con tu amigo alemán y mayor coleccionista de tu obra, Richard, así como algunas reflexiones sobre la vida teñidas de amargura y melancolía ante la presencia de la muerte, siempre inoportuna, que nos arrebata a las personas queridas.
Años más tarde, después de mi vuelta de Madrid, habíamos perdido el contacto. Tú ya no estabas en Villena, te habías separado y partido hacia Granada un tiempo, luego a Órgiva y Torrevieja, dando tumbos, según me contaste, hasta que encontraste a tu “Ángel de la Guarda”, Asun, quién te rescató en El Túnel y amó y cuidó en San Juan.
Fue entonces cuando te encontré paseando por la calle ancha junto a ella y me informaste sobre el problema de tu pérdida de visión. Te vi triste y resignado y me pareció una crueldad del destino, pero te dije: “Pablo, no te preocupes, tú no eres sólo un pintor, tú eres un poeta”. Yo te conté que había vuelto a Villena y estaba trabajando en la empresa familiar y montando alguna que otra obra con Perigallo.
También sabes que, tras separarme de mi primera esposa, me enamoré de María, quién mira tú por dónde –la casualidad vuelve a nuestras vidas– es hija de Asun, tu segunda mujer. Así que desde hace 7 años he tenido la suerte de compartir mucho más tiempo contigo y recuperar el tiempo perdido. He podido admirar más de cerca tu pintura, con sus distintas épocas, y comentarlas contigo. He leído tus cuentos y relatos; “El viejo árbol y otros cuentos” acompañado de 12 deliciosas serigrafías, “Nubes de Venus” y tu anterior, divertidísima y rocambolesca autobiografía: “Pablo Lau, vida y máscara del Menda Lerenda -vero y único Marqués”, he escuchado tus melodías al piano y saboreado tus exquisiteces culinarias. El día que me casé con María me dedicaste unas hermosas palabras que conservo junto con una foto que nos hizo nuestro buen amigo y pintor Juan Salguero.
Comentaba el día de tu despedida con Pepe Ayelo que siempre habías sido un referente para los artistas jóvenes de Villena por tu obra y por tu vida; tu libertad, tu creatividad, tu compromiso, tu efusividad, tus silencios, tus excesos, tus palabras y tu amistad.
Gracias Pablo. Te vas pero permanecerás en tu pintura, tus libros y nuestros corazones. Cuidaremos de tu obra y tu memoria. ¡Hasta la vista, Poeta!
*Tuve la suerte de conocerte, Pablo, cuando tenía 16 años y empezaba con el teatro de la mano del grupo Perigallo, con Pepe Menor como director. Así me involucré en la vida cultural, tan bulliciosa por aquel entonces, de nuestra ciudad, tan comprometida con el momento social que se vivía; la transición y la recién estrenada democracia.
Tú frecuentabas los ensayos de Perigallo en aquella época y así conocí a tus amigos pintores: Chispes, Sarri, Richard, Pedro Marco, Rafa Hernández, compañeros de la farándula: Pepe Maciá, Paco Picazzo, Pepe Ayelo... poetas y excelentes profesores del instituto: Ángel Luis Prieto de Paula, Pepe Navarro, Eleuterio Gandía, Antonio Pomares, Dionisio Gázquez... Recuerdo nues¬tras jugosas conversaciones y divertidas anécdotas con Luis y Yeyo en El Túnel, tomar té en tu casa con tus hijos y mi admiración por tu pintura y tu persona.
Nunca te contesté públicamente, quizá por pudor, a esta carta que conservo, y donde hablabas de nuestra amistad, de mi alegría de vivir, de tu viaje a Alemania para vender zapatos y tu conversación en el tren con Óscar Martí¬nez, excelente actor de Elche y compañero de reparto en “El beso de la mujer araña” que tanto te gustó. También recordabas la cena con tu amigo alemán y mayor coleccionista de tu obra, Richard, así como algunas reflexiones sobre la vida teñidas de amargura y melancolía ante la presencia de la muerte, siempre inoportuna, que nos arrebata a las personas queridas.
Años más tarde, después de mi vuelta de Madrid, habíamos perdido el contacto. Tú ya no estabas en Villena, te habías separado y partido hacia Granada un tiempo, luego a Órgiva y Torrevieja, dando tumbos, según me contaste, hasta que encontraste a tu “Ángel de la Guarda”, Asun, quién te rescató en El Túnel y amó y cuidó en San Juan.
Fue entonces cuando te encontré paseando por la calle ancha junto a ella y me informaste sobre el problema de tu pérdida de visión. Te vi triste y resignado y me pareció una crueldad del destino, pero te dije: “Pablo, no te preocupes, tú no eres sólo un pintor, tú eres un poeta”. Yo te conté que había vuelto a Villena y estaba trabajando en la empresa familiar y montando alguna que otra obra con Perigallo.
También sabes que, tras separarme de mi primera esposa, me enamoré de María, quién mira tú por dónde –la casualidad vuelve a nuestras vidas– es hija de Asun, tu segunda mujer. Así que desde hace 7 años he tenido la suerte de compartir mucho más tiempo contigo y recuperar el tiempo perdido. He podido admirar más de cerca tu pintura, con sus distintas épocas, y comentarlas contigo. He leído tus cuentos y relatos; “El viejo árbol y otros cuentos” acompañado de 12 deliciosas serigrafías, “Nubes de Venus” y tu anterior, divertidísima y rocambolesca autobiografía: “Pablo Lau, vida y máscara del Menda Lerenda -vero y único Marqués”, he escuchado tus melodías al piano y saboreado tus exquisiteces culinarias. El día que me casé con María me dedicaste unas hermosas palabras que conservo junto con una foto que nos hizo nuestro buen amigo y pintor Juan Salguero.
Comentaba el día de tu despedida con Pepe Ayelo que siempre habías sido un referente para los artistas jóvenes de Villena por tu obra y por tu vida; tu libertad, tu creatividad, tu compromiso, tu efusividad, tus silencios, tus excesos, tus palabras y tu amistad.
Gracias Pablo. Te vas pero permanecerás en tu pintura, tus libros y nuestros corazones. Cuidaremos de tu obra y tu memoria. ¡Hasta la vista, Poeta!
Qué sabemos de la muerte? Nada. Todo lo que podemos aprender de ella es a vivir.
¿Qué queda del Ser que muere? El recuerdo, el recuerdo en los que le conocieron, pero éste también desaparece con ellos. En el caso del artista queda su Obra. El pintor ofrece su trabajo a la admiración del público y este le concede la gloria de su propia Divinidad Creadora.
La obra de un Pintor es sin duda el reflejo de sus peripecias vitales (dudas, triunfos, fracasos, anhelos, desengaños, etc.) que le sirven de materia prima, estímulo e incentivo.
Pablo Lau ya no está entre nosotros, pero nos queda lo primario del color, la fuerza del trazo, la rotundidad de la forma... su obra, que siempre formará parte de nuestras vidas, de los que le conocimos, y de los que le conocerán a lo largo del tiempo a través de ella...
¿Qué queda del Ser que muere? El recuerdo, el recuerdo en los que le conocieron, pero éste también desaparece con ellos. En el caso del artista queda su Obra. El pintor ofrece su trabajo a la admiración del público y este le concede la gloria de su propia Divinidad Creadora.
La obra de un Pintor es sin duda el reflejo de sus peripecias vitales (dudas, triunfos, fracasos, anhelos, desengaños, etc.) que le sirven de materia prima, estímulo e incentivo.
Pablo Lau ya no está entre nosotros, pero nos queda lo primario del color, la fuerza del trazo, la rotundidad de la forma... su obra, que siempre formará parte de nuestras vidas, de los que le conocimos, y de los que le conocerán a lo largo del tiempo a través de ella...
A PABLO
Por… Carmen Fita Lorente
Por… Carmen Fita Lorente
En el horizonte y sin obstáculos que dificulten la visión un campo de trigo o de girasoles, vetustos olivares, un rostro hermoso de mujer El artista observa el armonioso paisaje desde su desvencijada silla de enea y frente a su lienzo en blanco; dispone cuidadosamente los diferentes elementos en cada una de las cuadrículas de su blanca tela
A un lado, sobre una mesilla de madera plegable y cuidadosamente ordenadas, extiende sus pinturas; los pinceles, unos trapos limpios, tabaco de liar y papel, unas cerillas y un cenicero; al otro lado, tirada en el suelo, la mochila en la que porta todos sus utensilios, además de los artículos personales que se suelen llevar en una mochila.
Viendo esta escena nadie diría que un hombre de aspecto tan desaliñado pudiera ser tan ordenado y concienzudo a la hora de ponerse a trabajar. Su cuerpo sobresale de la pequeña silla por todas partes. Este de casi dos metros de altura lo cubre con un ajado pantalón de lino crudo ceñido a su cintura por un cordón de cuero recogido no se sabe bien de dónde, una camisa a medio abotonar que deja ver un pecho fuerte y unas espaldas anchas y un sombrero de paja para protegerse de una luz demasiado intensa y a la vez evitar que se distorsionen los futuros colores que poco a poco irá plasmando en su tela blanca. Sus pies calzan unas sandalias por las que asomaban unos dedos ennegrecidos y unas uñas demasiado largas. Sus manos, grandes como todo él, callosas y rematadas por unos dedos gruesos como los trazos de su pincel.
Todo en él hace pensar que aquel hombre ha nacido en tierras lejanas. Su altura, su pelo aunque escaso demasiado claro, el color transparente de sus ojos y por supuesto su acento,
Viendo esta escena nadie diría que un hombre de aspecto tan desaliñado pudiera ser tan ordenado y concienzudo a la hora de ponerse a trabajar. Su cuerpo sobresale de la pequeña silla por todas partes. Este de casi dos metros de altura lo cubre con un ajado pantalón de lino crudo ceñido a su cintura por un cordón de cuero recogido no se sabe bien de dónde, una camisa a medio abotonar que deja ver un pecho fuerte y unas espaldas anchas y un sombrero de paja para protegerse de una luz demasiado intensa y a la vez evitar que se distorsionen los futuros colores que poco a poco irá plasmando en su tela blanca. Sus pies calzan unas sandalias por las que asomaban unos dedos ennegrecidos y unas uñas demasiado largas. Sus manos, grandes como todo él, callosas y rematadas por unos dedos gruesos como los trazos de su pincel.
Todo en él hace pensar que aquel hombre ha nacido en tierras lejanas. Su altura, su pelo aunque escaso demasiado claro, el color transparente de sus ojos y por supuesto su acento,
aquel acento que a pesar de los muchos años que lleva viviendo y recorriendo nuestras tierras se enreda en su lengua gorda encerrada en unos labios carnosos.Son las primeras horas de la mañana de un día claro de Otoño; le gusta madrugar para disfrutar de las diferentes tonalidades que nos ofrecen las distintas horas del día, aunque, si bien es cierto, han habido días en los que no necesitaba madrugar ya que el sueño no había podido con él en la noche larga y jaranera; le gusta la cerveza y la conversación y es excesivo para ambas cosas. Hombre tremendamente culto, su inteligencia se atropella en su cabeza haciendo que en ocasiones su comportamiento llegue a extremos cercanos a la locura; quizás sea por ello por lo que intenta ahogar tanto ingenio en el alcohol efervescente de su dorada y adorada bebida lupular .
Observarlo en su trabajo, tan centrado, tan ensimismado, tan profundamente concentrado, causa admiración y controversia a un mismo tiempo; mirándole tenemos la impresión que una etérea esencia lo estuviera poseyendo o que esa musa inspiradora guiara su mano desde lo más profundo de su ser para poder así ofrecernos aquellos lienzos de luz intensa, tan geniales en la composición de sus colores, tan tremendamente vivos.
Gracias Pablo por haberte entrometido aquel día en mi vida.
***
Desde Villena Cuéntame nos unimos a este... ¡hasta siempre Pablo!
Gracias Pablo por haberte entrometido aquel día en mi vida.
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Desde Villena Cuéntame nos unimos a este... ¡hasta siempre Pablo!
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