LA VIRGEN DE LAS LÁGRIMAS
Así llamaba a nuestra querida Patrona el Reverendo Padre Jesuita Francisco Hernández Menor, hijo de Villena, en uno de los sermones de las pasadas Fiestas, cuando expresaba el extraordinario y singular cariño de todos los villenenses, sin excepción, hacia su Virgen Morena, pues es tan grande la emoción y el gozo que su presencia nos produce que espontáneamente se nos escapa un sollozo y se humedecen nuestros ojos.
Pero esta explosión de alegría tiene lugar no sólo entre las mujeres, más sensibles por naturaleza, sino también en muchos hombres de edad madura y recio temperamento.
Es como si al verla de nuevo, quizá después de un año, algunos, ausentes muy lejos, quisiéramos en un instante contarle y compartir las penas y las alegrías que en nosotros, en nuestras casas y en nuestras familias han ocurrido.
Y qué electo tan confortador produce. Porque todos necesitamos llorar y llorar hacia afuera, sacándonos por los ojos con las lágrimas las penas y gozos del corazón. Porque quien por un falso prejuicio, por un concepto equívoco de la hombría, se come las lágrimas y se muerde las penas, él mismo agranda en su alma los amargos.
Reprimir las emociones es dañino y lo contrario puede suceder que la absoluta represión de las emociones sea la puerta de hierro que nos impida el acceso al mayor de los bienes, sentir intensamente.
El fervor mariano de los villenenses es mayor aún de lo que suponemos. Todos hemos visto cómo en las procesiones de nuestra Virgen, incluso personas que no frecuentan la iglesia, que no practican la religión, gritan vitoreándola y se estremecen a su paso, que pocos son, afortunadamente, hombres o mujeres, los que no sientan por su Morenita una gran emoción, sin distinción de ideologías. Y cómo nuestra Virgen de las Virtudes, Madre amantísima de su pueblo, sabe corresponder a este singular cariño, muy por encima y al margen de determinadas creencias.
He conocido más de un caso de personas que durante toda su vida han vivido indiferentes a la religión y que en el trance de su muerte, cuando nadie lo hubiera imaginado, implorando a la Virgen de las Virtudes, han pedido, han deseado reconciliarse con Dios y han expirado como santos.
Este es el milagro de las lágrimas, que sin darnos cuenta van calando muy hondo y acrecentando el cariño hacia nuestra Virgen, al que Ella corresponde siempre y con verdadera largueza.
BERNARDO GARCIA-FORTE PEREZ
Presidente de la Junta de la Virgen
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