LA OBRA DEFINITIVA
Por… Manuel Menéndez
Capítulo VII del magnífico trabajo inédito «Ruperto Chapí, el más grande de nuestros músicos del siglo XIX», que lamentamos no poder publicar en toda su integridad por su gran extensión.
Al desaparecer Chapí echaron de menos algunos «su obra definitiva», la que diera por completo la medida de su genio. «Pudo ser «Margarita la Tornera»—díjose– sin las limitaciones que el libreto impuso al músico». Pudo serlo, en efecto; sólo el segundo acto, y precisamente por buscar mayor teatralidad, decae ligeramente. Pero la obra definitiva de Chapí ¿no estaba escrita con anterioridad? Acaso sí. Acaso fuese esa «Circe» hoy por completo ignorada, que en 1902 no quiso el gran público molestarse en conocer y en la que Chapí había pensado desde su juventud, pues trató ya del asunto con el poeta Ayala, admirador como él de Calderón, y ambos estudiaron las alteraciones que habría que introducir en el argumento de «El mayor encanto, amor» para utilizarlo en un drama lírico. Abandonado el proyecto, como años después el de «Margarita la Tornera», por necesidades del momento, Chapí no lo olvidó nunca y lo resucitó al conocer la iniciativa de Berrialúa, acudiendo para darle forma a Ramos Carrión, con quienes tantos éxitos había obtenido, y con quien, al planear la obra, recordó y tomó en cuenta observaciones del autor de «El tanto por ciento». Luego, para componer la partitura, realizó estudios que le permitieron escribir, en uno de sus alardes de instrumentista, unas lindísimas danzas exclusivamente para los instrumentos usados en la antigua Grecia: flautas, sistros, crótalos, el triángulo, la pandereta, dándolas picante originalidad...
Ramos Carrión, al trazar el poema, siguió la línea de sencillez del libro X de «La Odisea», inspirador, aceptando el desenlace trágico que dió Calderón al episodio de Homero, pero eliminando los diversos incidentes que complican la acción en «El mayor encanto, amor» para concentrar todo el interés en las figuras de Circe y Ulises, hábilmente presentadas, en un ambiente lleno de poesía. Que aprovechó Chapí para componer una partitura cuyo principal carácter, además de la inspiración y la originalidad, es la claridad con que dentro de una rigurosa unidad va desarrollando ideas musicales sujetándose a la palabra, sin fermatas ni calderones, y reflejando la acción y el conflicto espiritual de sus personajes con auxilio de algunos motivos-guías bien concebidos a través de una rica instrumentación.
Comienza sin obertura ni preludio en la caverna de Circe, en la isla de Ea; en medio de una vibrante serie de acordes sobre el tema del encantamiento, óyese un coro de acentos doloridos. Son los hombres convertidos en piedras y fieras por la maga que lloran su miserable estado. Circe baja entre las peñas recreándose con los dolores que ha producido. El tema característico de su poder y su crueldad se desarrolla brillantemente en la orquesta, cuando, de pronto, resuena un caracol marino, anuncio de la presencia de la nave de los guerreros griegos que retornan de Troya, y a invocaciones de Circe desátase una formidable tempestad para hacerla estrellarse en sus playas.
Luego el tumulto orquestal se calma y el oído descansa en una bellísima página de inefable dulzura: un cántico a voces solas de las sirenas que, obedeciendo las órdenes de la maga, atraen a los náufragos. Un grupo de griegos, con Arsidas al frente, penetra en la caverna; su sorpresa es grande al salirles al encuentro la hermosísima Circe, quien les ofrece de beber el mágico filtro con que les convierte en fieras entre un vigoroso crescendo sobre el tema primitivo.
Sólo Arsidas, que aun no bebió, se salva; huye llamando a Ulises, a cuya entrada en la cueva, que ha quedado desierta, desarrolla Chapí un hermoso pensamiento musical, mezcla de marcha triunfal y delicada plegaria, solicitando el amparo celeste frente a los prodigios de la magia. Juno, en inspiradas frases de apagado acento, brinda al héroe su protección y le ofrece el triunfo si resiste a los encantos amorosos; casi en seguida reaparece Circe y entonces, terminada la exposición, la orquesta inicia el tema principal de la obra, el de la seducción, cuando Circe, en un recitativo, ofrece a Ulises el filtro mágico.
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Ulises, sugestionado por la belleza de Circe, tiene valor, no obstante, para luchar con ella siguiendo las indicaciones de Juno; con su espada rompe el encanto, y devuelve a las víctimas de la maga su forma humana. Un himno de amor llena entonces los ámbitos, la gruta se convierte en un encantador palacio. Flores y hojas caen sobre Ulises en deliciosa lluvia. El héroe siente flaquear sus fuerzas, cuando Circe, rendida, por vez primera enamorada, perdido su poder mágico, implora de él una mirada de amor...
Llenan el acto segundo los esfuerzos de Ulises luchando consigo mismo para resistir la seducción de la hermosísima Circe y los de ésta para rendirle, rodeándole en su palacio de toda clase de atenciones, comodidades y halagos. Las ninfas esparcen a su paso flores; las cantoras de Circe entónenle una preciosa canción. Él no tiene fuerzas para marcharse de la isla como sus compañeros le piden, pero no se entrega tampoco a la hermosa, y el músico expresa los sentimientos de entrambos en bellísimas páginas, rebosantes de pasión.
Procurando siempre adivinar los deseos del héroe, para halagar sus instintos belicosos, organiza Circe una cacería. Arsidas y sus griegos, por otra parte, lamentan la cautividad amorosa en que se encuentra Ulises y pretenden, con músicas guerreras, hacerle recordar su vida anterior, de que parece olvidado —y Chapí puso aquí un vigoroso raconto de bajo, «Por el placer envilecido..., que Mardones interpretaba admirablemente. -Y llegamos a la escena capital de la obra, en una floresta, resonando los ecos de la cacería.
Ulises y Circe aparecen. Fatigado el griego, reposa a la sombra de un árbol, en el regazo de ella; Circe dice entonces un delicadísimo recitativo en tanto que los violines desarrollan pianissimo un tema nuevo y capital, el del amor de Circe, cuyes embriagadoras notas vibrarán en todo el resto del drama. Variación de este motivo constituye el originalísimo bailable que sólo acompañan instrumentos arcaicos antes mencionado. Interrumpe bruscamente el idílico sueño guerrero clamor: Arsidas intenta recobrar al héroe. A la vez que los ásperos gritos de guerra de los griegos, resuena blandamente un voluptuoso canto de amor. Ulises vacila: los temas bélicos persisten... Pero entonces surge vibrante, magnífico, el tema de la seducción, entonado esta vez por Circe con la orquesta entera:
«Aquella magia que yo perdí
al entregarte todo mi ser,
más vigorosa renace en mí
para hechizarte con su poder...»
y el héroe, incapaz de resistir ya, cae en brazos de ella... Los gritos guerreros se apagan; vuelve el tema del amor a apoderarse de la orquesta; delicioso himno vibra en plácida calma; y en medio de un ambiente de hechizo y poesía, cae el telón cuando aun no se han extinguido los ecos amorosos que señalan el triunfo de Circe...
Una bacanal de original tema da comienzo al tercer acto, en el palacio de la maga, Ulises queda dormido; los griegos y Arsidas, como último recurso para arrancarle del poder de Circe, colocan a su lado las armas de Aquiles, confiando en la reacción que su vista ha de producir en el héroe. Este sueña: «Contigo he de beber el vino embriagador...» pero al despertar, la sombra misma de Aquiles se le aparece, exhórtale a que retorne a sus deberes, a su vida de guerrero. Ulises lucha una vez más consigo; notas vibrantes expresan sus angustiosas vacilaciones, su fatal pasión; el tema de la bacanal se esboza en la orquesta; le siguen el del amor y luego el de la .seducción; pero su armonía se rompe, y Ulises, lanzando un último y desesperado lamento «¡Adiós, mi Circe, para siempre adiós!», huye del palacio.
La catástrofe se aproxima. Circe quiere despertar a Ulises con sus besos; sorpréndese de su ausencia. Un triste presentimiento, caracterizado por un alarido del metal, invade su alma; el caracol marino suena tres veces, igual que en el primer acto; ¡la nave de los griegos se ha hecho a la mar! La orquesta vibra enérgicamente. Circe lanza un grito desesperado y corre a las escarpadas rocas, orilla del mar, donde la acción se desenlaza.
En vano invoca Circe a las tempestades, como al principio, para que descarguen sobre los fugitivos: ¡perdió su magia, su poder! Al arrebato primero de cólera sucede la melancolía, expresada con una dulcísima evocación de todos los temas amorosos de la obra; mas pasa en breve esa resignación, evoca la maga a Plutón, que al fin la atiende, reaparece el poderoso tema del encantamiento con toda su pujanza, se abre un volcán a los pies de Circe y en él se precipita la maga sonando un «fortissimo» arrebatador...
Así concluye la ópera, acogida con delirantes aplausos —soy testigo— en la noche de su estreno y que en casi medio siglo no se ha vuelto a ejecutar. Posiblemente, como he apuntado, es la más completa y acabada obra del glorioso autor. ¿Resurgirá algún día? Nadie puede predecirlo. Pero sí se puede afirmar que mientras obras como «Circe»; permanezcan ignoradas, no existirá la ópera española por mucho que se hable de ella. Ni volveremos a tener músicos mientras no nazca otro Ruperto Chapí.
Extraído de la Revista Villena de 1951
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