SENTIDO DE UN NUEVO RETORNO A GRECIA
EL hombre actual se encuentra sumido en un mar de contradicciones profundas. Ante sus ojos, en una nebulosa fantástica de temerosa esperanza, se prenuncia un mundo nuevo. Homero hablaba de los "hygrá kéleuza", de los "líquidos caminos", de los senderos claros que se cruzan y entrecruzan a lo lejos en la mar verdiazul. El hombre de hoy comienza a entrever los "caminos del aire" (no sé yo cómo los llamaría Hornero) El cielo ha abierto sus entrañas y la moderna ciencia está inventando mojones invisibles para bordear las rutas del espacio. Los periódicos le hablan de "alunizar", de "tomar luna" y en los semanarios se le detallan las posibles condiciones atmosféricas de Marte o de Venus. Se sabe habitante en potencia de un mundo, con seguridad, distinto. Piensa que las divisiones, al uso, de la Historia van a convertirse en subdivisiones de una nueva parcela de la Prehistoria y que una vida radicalmente diferente va a comenzar para él. Ha perdido casi totalmente su capacidad de asombro. Pisa "tierra firme". Ningún filósofo se ha sentido nunca "pisador seguro", "sofós", conocedor perfecto de la cosas, sino que ha creído en una inseguridad íntima suya que le ha impuesto un ejercicio, ha tenido una enorme capacidad de deslumbrarse que le ha impulsado a crecer.
El filósofo ha sido el hombre de las preguntas; el hombre moderno cree conocer todas las respuestas. El pasado ha perdido todo sentido para él. Lo considera definitivamente muerto. No advierte que el tiempo no es mera "sucesión", no significa "sustitución" de algo, que ya se ha extinguido, por otra cosa que vive un momento nuevo, sino que es un ingrediente más, como afirma Zubiri, de la constitución misma del espíritu; y en lo que es hoy, en el presente, está, incluso de una forma "actual", el pasado.
El hombre occidental, lleno de "hybris", de "demasía", por el gigante de la ciencia que tiene entre sus manos, se siente todo porvenir, niega prácticamente todos los supuestos heredados del pasado y vive "extrañado", fuera de sí, una vida sin inhibiciones, sensitivamente. No es capaz de "ensimismarse", de meterse dentro de sí mismo, de buscar en sus entrañas qué es lo que realmente él es y cómo puede desarrollar su ser. Ha convertido la cultura, cuya necesidad pregona constantemente, en algo externo, en una "kataskeué tou bíou", en un adorno para la vida, en una capa lujosa que sienta bien, que le permite situarse en un compartimento distinguido de la sociedad, en asidero externo y ha olvidado que la cultura debe ser algo intimo, vital, no madero de náufrago sino "ejercicio natatorio", corno la llama Ortega, mediante el cual el hombre se desarrolla interiormente, se "desvela", descubre su hondura, adquiere su auténtica dimensión humana.
Indudablemente el mundo occidental está en un momento de crisis. Toda crisis supone una fosilización o un enmascaramiento de los ideales que han impulsado a los hombres durante siglos. Es un momento de cambio. Y es preciso enfrentarse de nuevo con esos ideales, que amenazan con hacerse inservibles, desnudarlos de todo lo accesorio con lo que han ido recubriéndose a través del tiempo y considerar si todavía tienen fuerza para seguir impulsándonos o es necesario arrinconarlos.
Los tres elementos que integran nuestra realidad histórica, son Grecia, Roma y nuestro Cristianismo. El hombre occidental nace en Grecia fruto de una larga y dolorosa aventura; siglos de luchas internas penosas y cruentas de tenaz esfuerzo para arrinconar la tradición y poder lanzarse a construir a solas con su razón; y, a la vez, serenidad para acudir al mito, valentía para acogerse esperanzadamente a la fe allí donde la razón no alcanza. De Roma adquiere la idea de dominio —el hombre dueño, dominador del Universo— y el Cristianismo le presta una dimensión nueva, una sobre naturaleza, hijo de Dios.
Grecia sigue siendo para nosotros "archée", que significa no sólo "origen", "comienzo en el tiempo", sino también "fuente espiritual" a la que hay que volver en determinados momentos del desarrollo para encontrar una nueva orientación. Precisamente en los momentos de crisis necesita el hombre esa orientación nueva. No es una casualidad que, actualmente, el Cristianismo centre su atención de una manera especial en sus primeros siglos de existencia.
Repetidamente el hombre occidental ha vuelto su mirada a Grecia. Cuando, frente al héroe guerrero medieval que muere en el fragor de la lucha, se encuentra a Petrarca, héroe de la cultura, muerto en su biblioteca, sobre los libros, la Edad Media había quedado atrás y comenzaba el primer retorno a Grecia. En la forma como entendieron el espíritu helénico el Renacimiento y más tarde el Neoclasicismo, radica el secreto de su tragedia. Su error fue hacer una abstracción de Grecia, fosilizar toda su íntima variedad, toda la interna contradicción del mundo helénico y convertirla en unos elementos fijos y perennes—medida, orden, claridad — . Creyeron que los griegos habían alcanzado la plenitud de la belleza y que los hombres no podían hacer otra cosa que imitarlos. En todas las creaciones del espíritu griego veían libertad y claridad de espíritu, serenidad plástica, sentimiento de la proporción y la medida, armónica unidad de contenido y forma. Idealizaron un momento de la historia de una parcela de Grecia y lo constituyeron en modo insuperable. Pregonaban un retorno mimético.
Fue Nietzsche el que, buscando en los griegos una orientación espiritual que concordase con su teoría del Superhombre, descubrió en la historia del espíritu griego una trágica lucha entre lo "apolíneo" y lo dionisíaco", entre la razón, la medida, la luminosa serenidad, de un lado y la oscuridad, la embriaguez, el pesimismo, de otro. Pensaba que el milagro griego no había podido producirse más que sobre un fondo de crueldad, de contraste, de rivalidad, de luchas, de inhumanidad. Sócrates, que hasta entonces había sido constantemente la representación de Grecia, el símbolo de la claridad, de lo "apolíneo", es, para Nietzsche, el asesino del verdadero espíritu griego.
Nietzsche subraya los ángulos sombríos de Grecia El Clasicismo consideraba sus aspectos más luminosos. Uno y otros renunciaban a verla en toda su amplitud. El motor de la conciencia griega no fue la contemplación serena de un ideal siempre armónico, sino una lucha íntima entre tendencias opuestas.
El sentido de un nuevo retorno a Grecia sería buscar qué motivos impulsaron a los griegos, ver qué supuestos suyos pueden tener aún vigencia y cuáles deben ser arrinconados, dar al hombre actual una visión de lo que sigue pesando todavía en él, de lo que realmente le ha conformado, acudir a Grecia no para imitarla, cerrándonos a toda originalidad, sino que sea para nosotros semilla e impulso.
José Beviá Bastor
Extraído de la Revista Villena de 1964
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