MÁS ALLÁ DE LA MEMORIA: EL REENCUENTRO
La "Psicología profunda" ha insistido en el papel fundamentante que para la formación de la personalidad representan los años de la primera infancia. El niño, que se mueve, en principio, en un mundo pre lógico, en un mundo mágico, confunde sueño y realidad. Mas con la "formalización cerebral" va dejando atrás ese mundo mágico para encontrarse paulatinamente abierto a lo objetivo. De este modo, el descubrimiento del mundo de las cosas le manifiesta su propio pensamiento. Porque posee interioridad, empieza a habérselas con la exterioridad. Por esto, la tierra en que se nace, esa tierra que es testigo —a veces, también testimonio— de nuestras ilusiones y desilusiones, de las posibilidades que van surgiendo al hilo de la realidad, no es un simple lugar en que se está, sino más radicalmente, un condicionamiento de nuestro ser. No es extraño, entonces, que a quienes sienten en "villenero", aunque desde una forzada lejanía, les sobrevenga esa nostalgia que es, al decir de Schelling, "lo más oscuro y, por tanto, lo más profundo de la naturaleza humana".
Foto... El Avión
Tres son, a mi juicio, las soluciones que pueden dar a la nostalgia de Villena —en general, a la nostalgia de la tierra— quienes, por ese azar tremendo de no se sabe qué, viven —¿durante cuánto tiempo?— lejos del paisaje que les vio nacer.
La primera, acaso la única, es la de anclarse definitivamente en la añoranza de lo que fue o de lo que pudo ser. No les "queda otra posibilidad de vida que el recuerdo", porque "lo demás sería ensueño e invención, peregrinación a ciegas". No se han llevado "en la mochila más que la canción y unos cuantos jirones de nostalgias, pedazos e imágenes sueltas de la vida efectiva que ya nunca llegarán, que sólo podrán evocar, animar retrospectivamente". Significa la justificación del pasado desde la propia soledad, falta, con todo, el sumando de la solidaridad. Porque ¿cómo se va a recoger el trigo y a alimentar el fuego si cada cual no vuelve aportando su pobre canción?
La segunda consiste en negar el recuerdo, en blasfemar de la tierra, creyendo de "mala fe" —tomo la expresión en el sentido que Sartre le da— que el pasado no es. Un gran poeta contemporáneo, José María Valverde, ha dicho de esa infancia y esa adolescencia que por todos nosotros pasa sin pasar, porque queda hecha recuerdo pétreo:
"porque eso es lo que soy, más bien que mis palabras: una larga memoria, sonora y palpitante".
En parte eso es lo que somos: memoria, recuerdo. Lo hecho, lo vivido una vez, hecho y vivido está para siempre. Si la primera actitud es, o puede ser, en el fondo auténtica, esta última procede de una miopía del corazón; somos, lo queramos o no, lo que hemos sido; el pasado, en el hombre y en la historia, está fundamentando el presente, como el presente está posibilitando el porvenir.
La tercera, la creencia en la posibilidad del reencuentro, se nos ofrece como constitutivamente dramática. Desde la distancia —el hombre es "ser de la lejanía"— hay que buscar la presencia de lo lejano. El reencuentro implica una tremenda dificultad, porque es preciso, de una parte, vivir de frente nuestra situación actual, sin refugiarse en un fantasmagórico sentimentalismo, y de otra, caer en la cuenta de que ese reencuentro no es fácil, sino que corre el riesgo de resultar meramente utópico. Vamos a hallar algo, —objetos, hombres: Villena– que no es lo que era, y tampoco nosotros somos lo mismo, pero reparemos que tanto Villena como nosotros seguimos siendo los mismos.
Villena nos está presente a los desvinculados de ella por el anhelo que suscita su ausencia. En ocasiones es el contraste entre el paisaje vivido y el paisaje recordado, o la lectura de la carta o la del amigo auténtico. Otras veces el anhelo de Villena nos lleva a la amorosa exageración cuando nos encontramos con su herencia científica o artística: ya sea, por ejemplo, un importante hallazgo arqueológico que provoca abundosos comentarios en la prensa de la ciudad donde estamos, de Santiago de Compostela y que, recientemente, trajo aquí el nombre –junto al nombre, la realidad– de Villena; ya que nos empeñemos en resaltar el enorme interés que, para el conocimiento de la Literatura y Ciencia españolas del siglo xv, tiene Don Enrique de Villena.
Y, sin embargo, todo esto no puede ser suficiente para quien confíe en un verdadero reencuentro. Para que éste se dé, será preciso tratar de actualizar las vivencias de un paisaje idealizado por el tiempo y el amor; tener la fortaleza necesaria para comprender, sin resentimientos, que alguna amistad cara se ha perdido irremisiblemente, porque el tiempo, que pasa para todos, nos va haciendo y desatiendo, creando – ¿por qué? – distancias insalvables, pero siempre se podrá redescubrir aquella amistad profunda en la que el tiempo no hizo mella, cuando recíprocamente nos sepamos – con un saber sentido– siendo los mismos.
Es preciso, por ello, aceptar el riesgo que supone el reencuentro. Nada verdaderamente valioso le es dado hecho al hombre. La libertad no es sino lucha por la libertad, como la justicia es lucha por la justicia, así también hemos de luchar por el reencuentro con nuestra propia tierra, para seguir entrañados en ella- Ya se sabe que toda lucha implica, es claro, la posibilidad de derrota, aunque en este caso contamos, de antemano, con la ilusión del triunfo. Un poeta francés ha escrito bellamente: "A quienes no tienen acento, no puedo menos de compadecerlos. Llevarse con uno los acentos familiares, es llevarse la tierra pegada a los zapatos"'
Santiago de Compostela, verano 1964.
Francisco García Martínez
Extraído de la Revista Villena de 1964
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