José María Soler VILLENENSE UNIVERSAL
Decía el abuelo Unamuno, arbitrario a menudo, atinado de vez en cuando, rotundo siempre, que a fuerza de insistir en lo local se llega a lo universal. Yo no me atrevería, más escéptico que él, que se presentaba turbado por un infinito de dudas, a asentir incondicionalmente. Con frecuencia las faenas locales se quedan en localistas. Pero otras, es seguro que las menos, por egregias y singulares, sí justifican su aserto. Tanto y tanto se zahonda en lo específico y propio que se le traspasa y trasciende, y de lo que pudiera, por sí, reducirse a mera anécdota se alcanza la categoría y quién sabe si también el paradigma.
José María Soler, nuestro don José María, es una de esas raras, insólitas criaturas, creadoras fundamentales y fundamentadoras que habiendo limitado en apariencia, sólo como luego veremos en apariencia, el ámbito de sus intereses e investigaciones lo desborda y empuja, rompiendo confines, destrozando cercas y fronteras, situándolos, situado él mismo, en un vasto e ilimitado territorio.
Enfrascado desde muy temprano con la historia de Villena, con el vivir de quienes sucesivamente la hicieron y habitaron, ha desbrozado y colonizado episodios del pasado, cercano, lejano e incluso remoto, que permanecían en la penumbra, la oscuridad, la ignorancia y hasta el limbo de la hipótesis o la interrogación científicas. De la pesquisa del dato y el hecho que no iban, ni pretendían más que el esclarecimiento de las vicisitudes de una comunidad para explicar cómo, qué, quiénes fueron los villenenses de antaño, quizá en sus inicios sin la pretensión historicista de vertebrarlos en un continuo que condujera a la interpretación y lectura del presente, ha llegado, en estos momentos, provisionalmente, abierto y en marcha el proceso, ojalá que por mucho tiempo, a la imagen totalizadora de esa o esas realidades sucesivas que han cristalizado o desembocado en lo que hoy en-tendemos, entendemos porque don José María descubrió y facilitó los instrumentos, por Villena. Pero, además, y ese además constituye la radicalidad y el argumento de su vasta obra, ha acertado a insertar sus hallazgos, organizados y valorados adecuada y solventemente, en el marco general de la Arqueología que hoy se hace. Su sagacidad de excavador, la felicidad de sus descubrimientos, con ser considerables y estimabilísimas, bastarían para hacer su gloria de personaje sapiente y aplicado, pero no la de quien ha iluminado paisajes valiosos de la Historia, la Prehistoria y la Protohistoria, rúbricas diversas del avatar humano que ha producido las civilizaciones mediterráneas.
Obviamente este extremo se ha producido por la concurrencia de dos circunstancias: el extraordinario filón de materiales yacentes en el término de Villena y el propio talante de don José María. A tales piedras, tal cantero. De poco hubieran servido, quizá para dar ocupación a un honrado escudriñador, si no está ahí, para sopesarlas y reanimarlas nuestro D. José María, este hombre poroso, sensible, rico en sabidurías y todavía más rico, pletórico de vida honda y derramadamente vivida. Nuestro don José María, extraño al tópico del arqueólogo, del historiógrafo, del olisqueador de antigüedades que suelen parar en antiguallas: del especialista en definitiva. El es, primordialmente, un animador, un taumaturgo que vivifica y resucita las realidades muertas o inertes. Está escribiendo con palabra cotidiana, de amistosa y coloquial proximidad, los sucesos de hace miles de años. Transita por las avenidas de los siglos borradas, reabiertas, reconstituidas, parece que a nuestra medida, con la sencilla y afable naturalidad con que ha ido colmando su biografía.
Uno no tiene más remedio que preguntarse, perplejo por el asombro y la admiración, cómo fue posible. Cómo y por qué se fue labrando, artífice de sí mismo, este artífice de una obra magna, este humanista que sólo frecuentó la universidad paciente y solitaria de la villenera calle de la Trinidad. También los caminos de la inteligencia y la razón son oscuros y tortuosos. En ocasiones el precio del logro, de lo que la gente convencional llama el éxito, es alguna frustración. No sé. A un ballenero tan esencial y acendrado, por tanto tan característico, no es prudente escucharlo a la letra. Tanto como un cachivache pre o protohispano maneja con soltura y complacencia la reticencia y el sobreentendido, o el sotoentendido, el giro sesgado o solapado, ni más ni menos, claro que más fina, sutil, penetrantemente, que cualquier paisano. Le gusta declarar que hubiera querido ser director de orquesta, es un ejemplo. Pero le gustan muchas cosas, le interesan todas las cosas, es de esas personas excepcionales a las que interesa hasta lo que no les interesa. Las circunstancias, sin embargo, le impusieron algunas cortapisas: las restricciones económicas familiares, primero; las represalias políticas del franquismo, que en su liberalismo cabal tenía fatalmente que descubrir la semilla de un pecado capital, luego. Apartado, que no retirado, era, es hombre de curiosidad caudal, voraz, insaciable. A mí me parece, nunca se lo he preguntado, que se puso a escarbar en el pretérito villenense porque era el suyo y el que tenía a mano, de primera mano hasta él. Lo demás se fue haciendo con la obra misma, con la larga y terca paciencia: aprendió aprehendiendo; elaboró el método y el sistema, la teoría, porque necesitaba el herramental con que trabajar y, sobre todo, con el que poder poner orden y sentido en su trabajo. Don José María, no lo dudo, quiso hacer otra u otras cosas, y era, es capaz. Pero lo que empieza, a lo mejor acometió como devaneo, se le fue transformando con los años en pasión y destino y, es seguro, entonces y siempre, en diversión. Ha arrojado claridades sobre las piedras y los documentos, ha realizado actos de lucidez y raciocinio, virtudes infrecuentes, pero, sobre todo, en su acción aparece siempre un plus, ha vertido amor y fervor.
Yo, dubitativo de mío, no sé si debo, debemos gratitud y reconocimiento a D. José María por habernos devuelto presentes COMO el bello «Tesoro» o saludar a la rica colección de orfebrería COMO la matriz, la dichosa mediadora, del don impagable que es él, venturosamente vivo y activo.
Felicitándole y felicitándonos por la ejemplar presencia de este maestro entre nosotros, acompañándonos y orientándonos, he de constatar que el premio Montaigne que le fue discernido se me aparece colmado de sentido. Por alejados que parezcan los intereses intelectuales del bordelés y el villenense ambos coinciden precisamente en la simetría de la trayectoria: de lo local, inclusive lo personal y subjetivo en el francés, van a lo universal. El escritor francés confesaba que no escribía más que sobre lo que le pasaba, sus asuntos personales y familiares. Nuestro D. José María explora y escribe sobre lo que le pasó a sus antepasados villenenses y pre-villenenses.
Discreta, modestamente, José María Soler, villenero universal, dicta la lección permanente de que en un mundo cabe todo el Mundo, acaso todos los mundos.
Extraído de la Revista Villena de 1981
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