PROCESIÓN DEL CRISTO RESUCITADO
(POESÍA A LA VIRGEN DE LA SOLEDAD)
Cuando te miro vestida de negro,
María, Madre de la Soledad,
en esta calle, viviendo el "Encuentro",
cuando a Jesús se lo van a llevar...,
yo siento ser uno más de aquel pueblo,
Jerusalén, que soltó a Barrabás.
Me veo allí, ante Poncio Pilatos,
acobardado, con miedo a luchar,
sabiendo quién es el Dios de la Vida,
mi voz se anuda y no llego a gritar:
¡Que viva Cristo! ¡Que no le condenen!
¡Que no lo lleven a crucificar!
¡Él es el Santo, el Justo, el Cordero!
¡Tan sólo en Él habita la Verdad!
Pero mis labios se cierran y el llanto
se hace dueño de mi voluntad,
y en el silencio me alejo a escondidas
con mi derrota y mi soledad,
mientras tus ojos, María, me miran...
y no me dejas por eso de amar.
Tú le acompañas, Virgen lacrimosa,
yo me resisto y me vuelvo hacia atrás;
le sigues por la Vía Dolorosa,
hasta el madero, duro pedernal.
Vas a la Cruz, ante la Cruz Gloriosa,
junto a tu Hijo, Reina de la Paz,
para ser Madre eterna y generosa
de nuestra errante y pobre humanidad.
Yo estoy allí, en la sombra del Gólgota,
y estoy aquí, contemplando a la par...
cómo lo miras con tu cara hermosa,
cómo te mira, con su Santa Faz.
Y en esta hora sagrada de encuentro,
cuando a tu Hijo te van a arrancar,
yo sólo sé decirte que te quiero,
¡María, Madre de la Soledad!
¡Y que quisiera estar siempre a tu lado...!
¡y hasta el Calvario contigo llegar...!
¡Aunque me aleje de Tí, Madre Mía!,
¡Tú no me dejas por eso de amar!
(POESÍA AL PADRE JESÚS)
En el camino arduo y silencioso
de mis quehaceres, de mi pobre vida,
cuando el latido late doloroso,
subes la cuesta, con la cruz arriba.
Cuando te miro y aparto mi cara
porque tu rostro es todo una herida,
y no me atrevo a curarte tus llagas,
subes la cuesta con la cruz arriba.
Aunque te dejo y te vuelvo la espalda
mientras me busco y malgasto mi vida,
aunque te niego y te pierdo por nada,
subes la cuesta con la cruz arriba.
Cuando sin fuerzas me quedo sin armas,
cuando otra noche derrumba mis días,
y más aleja a aquellos que amaba,
subes la cuesta, con la cruz arriba.
Sobre tus hombros cargados de infamias
y vejaciones, por mi cobardía,
sobre tus hombros se atisba la gloria,
sobre el madero, cetro de agonía.
Me ves llorando y me dices: ¡No llores!
¡Mujer, no llores por mí! - Y me miras...
¿Porque me amas te entregas así,
Con la mirada más tierna en tu Madre,
Nuestra Dulcísima Virgen María,
con esos ojos que hablan del Padre,
bajo corona de sangre y espinas.
Aunque me muero de sed en el fondo
me voy huyendo de la fuente misma,
por no seguirte, mi mayor tesoro,
por no tenerte aumenta mi desdicha.
Y en este mar oscuro y tenebroso,
aunque me dices: "¡Levanta y camina!"
Yo me resisto, mi Amor, y mi Gozo,
y voy detrás de otras compañías.
Pero Tú sales de nuevo a mi encuentro
y me recoges errante y perdida,
mientras tus brazos soportan el peso,
subes la cuesta, con la cruz arriba.
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