JUVENTUD Y DROGAS: PROBLEMA DE SALVACIÓN PÚBLICA
Por: José Pérez Martorell - Psiquiatra
Dibujo: PAUL LAU
Se me invita por la Revista «VILLENA» para que en corto espacio exponga un mensaje de alerta a la juventud villenense, sobre la expansión cada vez más alarmante del consumo de drogas, de sus efectos toxicomanígenos de gran poder destructor en el individuo y en la sociedad, sin olvidar de rebote, nuestra droga española, permisiva y promocionada, como es el alcohol.
Acepté la invitación por muchas causas relacionadas con mi quehacer profesional, pero sobre todo por una puramente emocional y afectiva: mi cariño hacia Villena y todo lo que de ella emana. No obstante quiero patentizar que tema tan amplio, y profundo, va a ser difícil sintetizar.
Partamos que el problema de las drogas no es un problema de ahora; es un problema de siempre, tan antiguo como la humanidad misma. Lo que ocurre es que está ligado a unas subculturas y guarda relación muy íntima con la estructuración y evolución de la sociedad. Las drogas afectan a un porcentaje muy elevado de los seres humanos, porcentaje que se ha hecho trágicamente elevado, progresivo y de muy difícil solución. Por eso, los estudiosos del terna lo definen como una sociopatía o enfermedad social. Está en el ambiente; los jóvenes usan drogas, las drogas son un mal, una epidemia creciente de nuestra sociedad. En España el consumo de drogas por la juventud cada día es mayor, alarmantemente mayor; se usan más y su control es ínfimo, al menos en las grandes ciudades, las cercanas a las costas y en ambientes juveniles, universitarios y escolares. La droga está en los centros laborales, en los centros de reunión juvenil, en el deporte, en la Universidad, ha entrado también en los colegios, introduciéndose de mil formas aparentemente inocentes, traicioneras.
Las drogas tiene una sociogénesis, muy polimorfa y variada: desde la evasión, a la búsqueda de placer; desde la incultura, al hedonismo de una sociedad caduca y sin futuro; desde el paro juvenil, a la agresividad contestataria contra situaciones reprimentes; desde la soledad, a la desesperación por la carencia de valores y patrones sanos; desde la necesidad de superación de complejos, a la necesidad en el logro gratificante de la imagen; como método rupturista para decir y hacer lo que no podría hacerse ni decirse sin drogas, hasta como método superativo de ambientes familiares destrozados, etc.
¿Qué decirles a los jóvenes villenenses? Lo primero, lo que hace escasos días me decía una joven de 20 años a la que hubo de amputársele ambas manos, a consecuencia de las sucesivas «picadas» —inyecciones— de drogas: «El mejor remedio, la mejor medicina, doctor, es no empezar».
No empezar, y qué razón tenía. Al menos, quienes tratamos a estos jóvenes sabemos lo enormemente difícil de lograr la recuperación total de estas pobres víctimas. No empezar —y se empieza la mayoría de las veces por curio¬sidad—, porque las drogas, son sustancias que, introducidas en el organismo vivo, modifican una o varias de sus funciones; funciones psíquicas, funciones somáticas. Sus efectos pueden ser —y de hecho lo son— de tipo estimulante o inhibidor sobre el sistema nervioso central, produciendo también, tolerancia y dependencia física o psíquica.
El «efecto estimulante» buscado por muchos jóvenes que se drogan (para estudiar, para estimularse, para realizar un «viaje», etc.) les produce una falta de reflejos para advertir el cansancio que bajo el efecto de estas drogas, lleva con frecuencia a un abuso de la capacidad de resistencia del organismo, que puede desembocar en la propia muerte. Ejemplo: El caso del ciclista inglés Simpsón en la Vuelta ciclista a Francia de 1969.
El «efecto de inhibición» produce sopor o embotamiento de la sensibilidad y disminución o paralización de las funciones intelectuales.
La «tolerancia» es algo que hay que tener en cuenta. Se entiende por tal, la propiedad por la que algunas drogas, para producir los mismos efectos, necesitan aumentar la dosis; esta necesidad cada vez es mayor y exige mayor consumo. Evidentemente, el peligro está en la falta de control, que puede llevar a una paralización del centro respiratorio y a una muerte con todos los caracteres de un suicidio.
La «dependencia» se relaciona con la «necesidad que la persona experimenta ante la carencia de droga». Dependencia que puede ser «física», caracterizada por la necesidad ineludible sentida en el organismo de usar sustancias repetidamente administradas, para tratar de conseguir que la normalidad fisiológica sea permanente. Si no se administra, aparece el «síndrome de abstinencia» que puede llegar a extremos muy peligrosos ante la necesidad de adquirirla: delincuencia, robos, agresiones, homicidios, muerte. Este síndrome aparece cuando bruscamente se elimina la droga. Se da en to¬das las drogas mayores o drogas duras: heroína, morfina, anfetaminas, etc. La otra dependencia, «la psíquica», puede definirse como la querencia de la droga, el deseo de la droga, sin que provoque graves alteraciones físicas, lo que facilita el poder controlarse y rehabilitarse.
Algo advertí anteriormente por qué los jóvenes caéis, algunas causas —que no son todas—. Hay un hecho revelador, que aparte de la curiosidad, estaréis conmigo quienes la utilicéis o conozcáis a quien las consume, que a la drogadicción se llega «por contagio social», «porque los demás lo hacen». Quizás sean estas las causas de la frecuencia del consumo de drogas por la juventud, juventud que hoy día se agrupa en pandillas y comunidades. Lo mismo que el alcohol, que el tabaco, la droga ha llegado a ser tan habitual en nuestros ambientes, en los de nuestra provincia en particular, que lo que sorprende y escandaliza es observar la nula importancia que se le da al ofrecimiento de un «porro» de marihuana o hachich a las personas que intervienen en cualquier reunión, y aunque posiblemente el obligar a fumarlo no sea muy persistente todavía, la presión ambiental, el virus social y, en algunos casos, «el qué dirán», ejerce tal fuerza sobre los contertulios que llegan a drogarse simplemente «por estar», «para estar».
Al «porro» hoy día se le cataloga con inocencia al nivel del primer beso de una pareja, del primer pitillo de tabaco, o de la primera copa de alcohol. Estas «inocencias», traen unas «complacencias» que conllevan a su vez unas «consecuencias». El «porro» —pese a que existan fuerzas que quieren institucionalizarle (¿?)—, es la llave de paso, que facilita la evolución hacia otras drogas y el encadenamiento a las mismas; como una inocente copa de alcohol, trae «la ristra posterior», que con razón traía a un alcohólico a decirme: «lo malo no son las 999 copas últimas, sino la primera, que trae las demás».
Con las drogas se trata de buscar una libertad y se pierde la VERDADERA LIBERTAD. La verdad es que si se analiza el trasfondo que todas ellas encierran, no tienen más fin, que el de conseguir la alienación del individuo, para que no piense; de destruir al individuo, para que no actúe. Y desde luego, siguiendo el refrán de «a río revuelto, ganancias de pescadores», muchos hacen «sus Américas», aumentando sus ingresos a costa de la salud y de los ideales de una juventud que busca horizontes.
Mi consejo pues a vosotros, jóvenes de Villena, es el mismo que me daba la joven de 20 años: «La mejor medicina es no empezar».
Pero sería muy cómodo cargar sobre vuestras mentes, sobre vuestras espaldas, toda la responsabilidad. Creo que los adultos tenemos mucho que culparnos y mucho que obligarnos. Culparnos por no haber evitado las causas de la drogadicción, al no querer darnos cuenta que las toxicomanías han dejado de ser un problema puramente burocrático, para ser un problema de SALVACIÓN PÚBLICA, problema que exige un tratamiento pluridimensional —porque pluridimensionales son sus causas—, tratamiento sanitario, cultural, económico, moral, administrativo, social, político. Y desde luego obligarnos y ahondar en la necesidad de que todo joven consiga que su existencia, como realidad inmediata se le presente como un transcurrir, en el que sucesivos despliegues hagan posible sus potencialidades individuales; hay que posibilitarle los medios precisos que faculten el proceso de su realización personal; hay que lograr que adecúe su existencia de ser como persona, a la existencia compartida, la existencia que conquiste progresivos grados de libertad. Que el joven comprenda que su realización como persona, como ser vivo, va más allá de él, hacia lo que no es, a lo que existe frente a él: a las cosas, a las ideas, a las obras, a las tareas. Conseguir en fin que el joven viva plenamente el significado de persona, que no es una meta ni una etapa, es la auténtica existencia de la condición humana: LA EXISTENCIA EN LA PROGRESIVA CONQUISTA DE LA LIBERTAD.
Extraído de la Revista Villena de 1979
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